CHELE ESTEVE SENDRA, CRÍTICO DE ARTE habla así de mi, gracias Chele.
El ciclo de la vida.
El padre del teatro moderno, el francés Antonin Artaud (1896-1948), recorrió caminos que le conducirían a un arte absoluto y total. Recordemos como para él, el cabello era mucho más que una continuación del cuero cabelludo: “Ucello, amigo mío, mi quimera, viviste con este mito de pelos…con la cabeza apoyada en esta mesa donde zozobra la humanidad entera, qué ves sino la sombra inmensa de un pelo”.
La artista Raquel Carrero (Valencia, 1977), dibuja con línea firme y convierte cada composición artística en su obsesión personal y todo un símbolo de vida que centra como elemento principal de su obra. La preocupación de Raquel por la belleza del cabello es comparada con la que las antiguas civilizaciones tenían. El poeta romano Ovidio, así lo manifestó: “feo es el campo sin hierba, y el arbusto sin hojas y la cabeza sin pelo”.
Esta es la paranoia artística desde la que parte Carrero para construir unas composiciones de donde emanan elementos con mucho pelo, barbas, coletas, trenzas, delirantemente retorcidas y dotadas de una interpretación de extraña estructura ordenada. Crea un espacio en el cual la línea poética se pronuncia libre en el papel. No es fácil escapar del contenido de su obra, te atrapa cada onda, la pulcritud de un peinado perfecto, de una cuidada barba que solo permite distraerte con la magia de un mundo onírico. Este, su mundo más interior, solo se deja notar en alguna de sus composiciones para despertar en un sueño surrealista. Vida y muerte, hacen un pulso en una frondosidad de mechones ondulados y trenzados, provocando una corpulencia similar a la de una ninfa. Proclama un mensaje positivo y dibuja representaciones de ojos, flores, hojas, pequeños animalillos y mariposas reflejo de esperanza y nacimiento. Sus composiciones estallan en una selvática primavera donde en alguna de ellas solo asoma un cráneo que nos lanza una mirada de soslayo hacia el devenir humano. Delicadas composiciones de corte “manierista”, en el sentido que a éste término da la historiografía del arte. Dispone los elementos de tal manera que todo en el conjunto se esconde y se hace reconocible con lo retratado. Un homenaje al pintor italiano Giuseppe Arcimboldo, (1527- 1593), conocido por sus representaciones del rostro humano a partir de flores, frutas, plantas, animales u objetos.
En el caso de Raquel Carrero es el propio pelo el que dota de forma cada imagen, grandes matas de pelo, sanas melenas y pobladas barbas, en las que no aparece la representación del rostro humano, juguetean con formas inequívocas y preciosistas formadas solo con cabello. Su trazo firme, monocromo y muy trabajado confiere al grafito, sanguina o lápiz azul, sin mezclarlos, son por si solos el único integrante que acompaña a una técnica depurada y perfeccionista que se asemeja a los grandes maestros del dibujo como Michelangelo Buonarroti (1475-1564).
Raquel Carrero imagina y crea. Lo primero que hace es cercar con el pelo, delimitar y centrar la composición para pasar a ilustrar la forma del cabello. Detiene su mirada congelando el viento que domará el cabello salvaje. Dibuja mechón por mechón, un cabello que conquista la luz y la sombra creando grupos o bloques en los que el claroscuro es el elemento central de la imagen. El movimiento del cabello lo modela el conjunto total, no cabellos individuales. Se intuye un método espontáneo de trazo firme, fundado en la objetivación crítica y sistemática de místicos trazos preciosistas.
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